viernes, 20 de diciembre de 2013

El pase

"A mi hermano le gusta mucho el fútbol, y cada vez que termina el partido hablo mucho con él. Vemos el fútbol bastante parecido. Por ejemplo, él se enojó conmigo porque le di el pase a Escalante, y él me decía que la tenía que seguir yo y pegarle al arco. Sé que tomo decisiones equivocadas, pero si mis compañeros están en una mejor posición debo pasarles la pelota. Él se enoja porque yo disfruto más del pase para que el delantero haga el gol". Juan Román Riquelme

sábado, 7 de diciembre de 2013

Nocaut

“No es una mala sensación cuando te noquean. Es una buena sensación, en realidad. No duele, es tan sólo un mareo muy agudo. No ves ángeles ni estrellitas: estás en una nube agradable. Cuando Liston me asentó el guante en Nevada sentí durante cuatro o cinco segundos que todo el público estaba ahí en el cuadrilátero conmigo, que me rodeaban como una familia, y tú sientes afecto por todo el público presente cuando te noquean. Sientes que todos se encariñan contigo. Y quieres estirarte para besar a todo el mundo, hombres y mujeres, y después de la pelea con Liston alguien me contó que yo en efecto le lancé un beso desde el ring al público. Yo no me acuerdo. Pero creo que es verdad porque eso es lo que sientes durante cuatro o cinco minutos después del nocaut. Pero luego, esa plácida sensación te abandona. Caes en la cuenta de dónde estás y qué haces ahí y lo que te acaba de pasar. Y lo que sigue es una herida, una herida confusa, no una herida física, es una herida combinada con rabia; es la herida de qué va a pensar la gente; es la herida de que estoy avergonzado de mi propia aptitud…, y lo único que quieres es una trampa en mitad de la lona..., una trampa que se abra y te caigas por ella y aterrices en tu propio camerino en lugar de tener que salir del ring y dar la cara ante toda esa gente. Lo peor de perder es tener que salir caminando del ring y dar la cara ante esa gente”.

Floyd Patterson
El perdedorGay Talese, Esquire, 1964

miércoles, 20 de noviembre de 2013

G. I.



G. I. estaba sentado en la última fila del 166. Desde ahí escuchó cómo un pibe -voz aflautada, medias con bermuda, cara chillona- empezaba a gritar en el centro del colectivo. Algunas cabezas le obstruían la visión.
-¡Bajo acá! ¡Toqué el timbre, bajo acá! ¡Daleee, dale, abrime, bajo acá! ¡Daleee, abrime la puerta!
El padre de G. I., un tano furioso que nunca entibió el alma con canciones de Erica Mou, había trabajado veinticinco años de chofer en la línea 238, allá en el oeste conurbano; de colectivero, como decían. “Vos no te podés quejar -lo había boludeado una vez un arquitecto-, manejás un Mercedes Benz todos los días”. El pibe corrió hacia la puerta delantera y, mientras buscaba complicidad con los demás pasajeros, veía que el punto en el que tenía que bajarse se achicaba en el horizonte.
-¡Dale, loco, que te cuesta! ¡Abrimeee, hijo de puta, dale!
Sólo llegó a aclararle en un mensaje unívoco, los ojos cubiertos de gafas para protegerse del sol de Juan B. Justo, que no podía frenar ahí -el bondi avanzaba por la cinta asfáltica del metrobus- porque le podían hacer una multa. De bronca, y con los oídos supurados de la mierda que le gritaba el pibe, ahora a quemarropa, al lado, pasó de largo en la estación Pueyrredón, quizá para hacérsela caber.
-¡Hijo de putaaa! ¡Abrime, qué te cuesta, hijo de putaaa!
A G. I. se le dibujaba la mañana en la que se levantó y su madre le dijo que a papá un borracho lo había bañado en cerveza por la plaza de Ituzaingó, y que por eso estaba en casa temprano, como los sábados, que traía facturas para mojar en el café y lo llevaba a la tarde a jugar al club Argentino.
Frenó en la siguiente estación: Murillo.
El pibe le repitió que era un hijo de puta y, al traspasar la puerta, lo gargajeó.
Bajó a buscarlo, a ofrecerle que viniera a pegarle. “¡Qué me decís boliviano, vení!”, reprodujo lo que el pibe le había lanzado desde el cruce de la avenida, y que nadie había oído.
G. I., mientras los pasajeros miraban y cuchicheaban -“la sociedad está loca, enferma”, “la puta madre, voy a llegar tarde”- le ordenó a la vieja que tenía sentada a un costado, sin que lo registrara, que le mirara la mochila. Caminó hasta la puerta, bajó a la plataforma de la parada y trató de contenerlo. Con las manos en sus hombros, le dijo al oído que lo comprendía: que su viejo había dejado la columna -y el cerebro- arriba de un colectivo.
Que se tranquilizara: que él valía la pena.
G. I., antes de bajarse en Guatemala, con la sangre calabresa recorriéndole las manos y los cables cruzados, se acercó a él: “Tendría que haberlo puesto. Vos no podés; estás laburando”.
-Estaba esperando que me tirara la piña, pa; por eso puse el freno de mano -le respondió mientras bajaba la mano izquierda, ya engafado, no sin dejar de mover el cuerpo por el mal trago.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Otros

Los 2000 serán los tiempos de los eficaces descontroladores: los que son para otros, los que gozan haciendo lo que a otros les goza que ellos hagan; los que desconocen y se desinteresan del placer de ser yo-otros para ser nos-otros.


Del editorial de la revista Cerdos&Peces Nº 35, "El desierto son raíces", febrero de 1991.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Las apariciones de Patricio Rey

El viaje. Más de mil kilómetros. Buenos Aires-Mendoza.
Las estacas de la carpa, el piso de tierra-cemento y el ruido -todo el tiempo- del río que corre ahí nomás. La tranquilidad, sólo interrumpida por el relato de Arcapalo.
El asadazo del Gonza Ruiz (gracias por bancarnos).
Uspallata -“chupete de poio”-, Puente del Inca diez años después, Aconcagua.
Quemando la turbina no se desdibujan los momentos si nos basamos en prejuicios y preconceptos.
Las rosarinas de la chocolatada en Las Cuevas. La gata Sol. “Jijiji”.
Los rosarinos, canayas y lepras, de la noche del camping. ¿Nieva?
Porro, fernet y vino -mucho- del mejor.
El reencuentro con los amigos de las viejas misas en la ciudad.
La Arístides con todo y todos, hasta con los Fundamentalistas.
Más porro, fernet y vino del mejor.
El día, y esas putas dos horas y media que esperaste desde que se confirmó el recital -¿recital?- que ahora sí, de verdad, se aproximan.
El micro y la peregrinación: apoyar el culo, cerca del escenario, encapucharse, bajar la cabeza, meterse dentro de uno para después explotar. Filoricoterazen. 
Y el Indio que te encara con Luzbelito, te da vuelta con Blues de la libertad, te delira con Divina TV Führer y te empercha para siempre con Gualicho.
El final.
La salida. 
Ciento treinta mil. 
Y vos, que preguntás.
-¿No apareció en las pantallas cuándo vuelve a tocar, no?

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Remisero



Siempre pasaba algo. 
La primera vez, que lo fue a buscar a la cancha de Vélez, llegó tarde. Y, en el camino al diario, se le paró el auto -un Bora gris con alfombras bordó platinado- en el medio de la vía del tren San Martín. 
-Me quedé sin batería.
El periodista, ese domingo, caminó las doce cuadras que lo separaban de la redacción para escribir su puto comentario de fútbol. 
La segunda, esta vez en la vuelta desde la cancha de Quilmes, el remisero dobló en la Avenida Mitre y rozó el auto de un chabón que, al bajarse para pedirle los datos del seguro, vio la cara del banana que iba al volante. Escuchaba "Acuyuye", una salsa que trasladó al periodista, sentado en el asiento trasero, la vista clavada en la noche, al culo de Yamila en la quinta huérfana de dueños en la que el Ale cortaba el pasto -usurpaba e invitaba a la pileta a los amigos-.
La tercera fue diferente: lo buscó en su casa de Castelar y, cuando le indicó que iba a la cancha de Gimnasia La Plata, el engelado le aclaró que primero debía dejar una valija del Ministerio de Salud en Mendoza y Arcos, Belgrano. "El barrio de las veredas soreteadas", pensó el periodista, que nunca pisó el Bosque porque estacionaron en la esquina porteña media hora antes de que empezara el partido. 
Y, sobre todo, porque con el bobina siempre pasaba algo.

martes, 3 de septiembre de 2013

Preso de tu ilusión

Del Facebook de Juan Diego Britos.

El man está encanado en Ezeiza por robo. Tiene ojeras hasta los dientes, las puntas de los dedos marrones de tanto gastar rubios y poco pelo. De noche duerme en el mismo módulo del que se escaparon trece pibes a fines de agosto. Cuando me enteré de la fuga, un compañero de trabajo me escribió para preguntarme por él. Entonces lo recordé caminando por la pasarela, con el sol perdiéndose al noroeste, detrás de los pabellones, las rejas, los muros. “Juan, no falté a un recital en 21 años, salvo cuando caía en cana. Los fui a ver a todos lados. Tengo todas las entradas guardadas en mi casa, las banderas. Mirá los tatuajes loco, te digo la verdad amigo, si me escapo algún día de acá, va a ser para ir a ver al Indio”.
Al revisar la lista de prófugos recé para que su nombre estuviera allí. Nadie se merecía más la fuga. Lo imaginé en Mendoza, saltando, fumando, abrazado al demonio.
Busqué un largo rato pero su apellido no figuraba en la nómina de evadidos. En silencio comprendí que se había quedado en la celda, recordando cuando corría por el campo con las manos llenas de bengalas, con la cara desencajada, sucio, transpirado. Libre.

martes, 20 de agosto de 2013

El deporte II

"Si el deporte no produce historias, apaga y vámonos. Está lleno de historias que contar, buenas historias, y algunas de ellas muy edificantes. El deporte es formativo. Creo que funcionaría".

miércoles, 3 de julio de 2013

Ratas

Las ratas no me dan miedo. El viejo mató a una tirándole un ladrillo desde veinte metros. Lo agarró de la pila que sería la pared del fondo de la casa, lo lanzó y, de una, la aplastó. "Si lo tiro cien veces más, no me sale". No me agradan; pero no me dan miedo: no grito cagado en las patas ni me asqueo. Las miro corretear, como en el andén del tren, hasta que se pierden.

jueves, 6 de junio de 2013

Fútbol Total

Final de la Copa del Mundo de fútbol de 1974. Estadio Olímpico de Múnich. 78.200 espectadores. Alemania-Holanda. Franz Beckenbauer ante Johan Cruyff. Holanda saca del medio. La pelota va a la izquierda. La vuelcan a la derecha. Todos se mueven: abren caminos. Los defensores son delanteros, los delanteros son defensores. Cruyff busca el balón en la posición de libero. La vuelca otra vez a la izquierda. Hasta que la agarra en el círculo central, los compañeros lo cortinan, y encara a Berti Vogts. Le zapatea, lo sobrepasa en velocidad y se mete al área. Uli Hoeness cierra y le comete falta. Es penal. Son 16 pases en 56 segundos de partido. Gol de Johan Neeskens. Los alemanes pierden uno a cero y no tocaron la pelota. Es la síntesis del Fútbol Total de la Naranja Mecánica. El resto fue menos importante.

viernes, 31 de mayo de 2013

El deporte I

"El deporte trata de gente que pierde, vuelve a perder y pierde una vez más. Se pierden encuentros; después se pierde el trabajo. Puede resultar muy intrigante".

domingo, 28 de abril de 2013

Al borde

El aroma a habano importado empuja los orificios nasales hacia el cielo. Las gotas cada vez caen más redondas y pesadas: diluvia. El relámpago ilumina el ring. El trueno asusta. Algunos de los asientos de cinco mil amagan con irse a refugiarse. ¿Qué onda, refugiados? ¿No vinieron acaso a ver a Maravilla? Vos, ¿ya te sacaste la foto con el desagradable y patriotero de Mariano Iudica y te rajás a cambiar la cara de póker? Sergio Martínez, el boxeador, el showman, el actor, el bailarín, el reptil, se mueve sin acompasar su cuerpo a los golpes. Tormenta: un nuevo refucilo electrifica el cuadrilátero. Martin Murray juega sucio y sale un grito: “¡Devolvé las Malvinas, puto!”. El inglés limpia el camino con la izquierda y poncha con la derecha la cara de Martínez, que cae: el campeón a la lona en el octavo round. El jean escurre como un trapo de piso. El papel en el que llevo la tarjeta se moja y se humedece. Los de atrás van con Maravilla y se acercan hacia el ring. Constitución en hora pico. Hay una caída: no suma, no se cuenta; es un resbalón, y un resbalón no es caída. Restan dos asaltos. En el boxeo, y en la lluvia, hay de sobra: épica sobre épica da un circo posmoderno de los Estados Unidos montado en Liniers. Pero sobre todo hay un par de boxeadores frente a frente. Y ahí no hay tutía. Murray por uno, dos puntos; Maravilla es the champion of the world y el británico debe no sólo ganar la pelea, sino también el cinturón, y en ese punto hay tantas certezas como pilotines de colores. Dos verdades. Miles de empapados. Una defensa. El aguacero. Un hecho histórico que estuvo a punto de llevarse puesto a todos, incluso a Maravilla.

jueves, 4 de abril de 2013

Mamúa

"Dicen que nos ponemos en pedo básicamente por dos cosas: para soportar lo que tenemos que hacer y para olvidar incluso a los que amamos. También dicen que son otras dos cosas las que nos despabilan de la mamúa: el miedo y la bronca. Que las cuatro cosas pasan porque son naturales en nosotros".

Kryptonita, Leonardo Oyola, Mondadori, 2011

Tres tercera

Hoy, recién, la volví a ver. Siempre en el mismo lugar y de noche: la parada de la estación de Ramos. Me siguió intrigando. Ella se subió por la puerta de adelante del colectivo -el Randazzo-; yo, en cambio, por la del medio. Si no me hubiese adelantado, hubiéramos compartido el viaje mirándonos a los ojos. Apretados. Quizá charlando. Estaba menos rubia; igual de misteriosa. Iba a preguntarle, cuando bajáramos en Castelar, si seguía acompañada -"no estoy solo"- o si íbamos a tomar algo. Bajé. La esperé. Miré hacia su puerta, que nunca se abrió. La vi, vidrio de por medio, irse. Sé que no hay dos sin tres. Lo sé. Y sé que la tercera es la vencida.

jueves, 14 de marzo de 2013

Ganar es de perdedores

-¿Sabés que me intrigás? 
-¿Que te intrigo? Guau. 
-Si te invito a tomar algo, ¿aceptás? 
-Mmm, eee, eh, no estoy solo.
Dice, nerviosa.
-Sola.
-...
-Un gusto.
-Otro.

jueves, 21 de febrero de 2013

Detrás de Roma

Es un tema recurrente, explorado, quizá un tanto obvio, pero no por todo eso menos potente: el vínculo entre un padre y un hijo a través del prisma que nos ofrece el fútbol. Acá va un ejemplo, de mi amigo Ale Wall en Tiempo Argentino, y otro de Nahuel Gallotta publicado en la sección Mundos Íntimos de Clarín. La muerte de Antonio Roma, uno de los grandes arqueros de la historia bostera, me trajo el siguiente: en el último partido de Boca de 2012, frente a Godoy Cruz en La Bombonera, el club lo homenajeó. Ese día se cumplían cincuenta años de la atajada. Roma se apareció en la cancha. Por delante iba su panzota. Tenía el pelo blanco y una camisa negra: conservaba la facha, el porte de Tarzán. Lo veíamos, con mi viejo, desde la platea para periodistas. Sobraba una credencial en el diario y me pareció piola invitarlo. Al fin y al cabo, él me había llevado por primera vez allí, aquel uno a cero a Argentinos con el gol de Alfredo Moreno, acaso mi regalo del cumpleaños de once, y ahora yo, así, se lo agradecía. Llegamos a nuestras ubicaciones. Saqué el papel para los apuntes, coloqué el celular con el cronómetro en cero y me calcé los auriculares. Él miraba asombrado. Habíamos bajado a la puerta del vestuario y había visto al Flaco Schiavi, que jugaría su partido de despedida con la camiseta azul y amarilla. En la radio, de repente, Walter Saavedra anunció que iban a pasar el relato de Bernardino Veiga del penal tapado a Délem contra River en 1962. Le pasé un auricular. Era el relator que escuchaba mi papá de chico. Roma se ubicó en el arco. No pegaba saltos, no era un Godzilla suelto en La Boca, no era un clásico: era un abuelo que, dispuesto, afable, posaba para los fotógrafos y saludaba. Fueron unos segundos, la voz de Bernardino en nuestros oídos y corazones, en los que validé la felicidad que, sin pedir nada a cambio, gratis, nos regala la condición de ser hinchas. De ser padres. De ser hijos.

jueves, 3 de enero de 2013

Ser periodista

"Al fin y al cabo había lugares y situaciones que había descubierto mientras elaborado un artículo. Eso era justamente ser periodista. Tener la capacidad de pasar de la ignorancia al conocimiento detallado".

La fragilidad de los cuerpos, Sergio Olguín, Tusquets, 2011